A minutos del inicio del partido Argentina - Nigeria, iba por la calle, apurada, tratando de llegar a tiempo para verlo. Cruzando personas enfundadas en camisetas argentinas, solas o en grupitos, apuradas igual que yo.
Banderas, gorros, el busquerío a pleno adueñado de las esquinas. Celeste y blanco.
Televisores en todos los negocios. Radios en los autos y en los colectivos. El centro de Morón era un hervidero de gente que corría para sentarse a tiempo frente a alguna pantalla.
Paso por Frávega, veo la cara de Messi cantando el Himno. La puta, me pierdo el principio, pensé, mientras se me erizaba la piel escucharndo el OH-OH-OH-OH, OH-OH-OH-OH de los vendedores y de un grupete parado en la puerta, bajo una llovizna que nadie parecía percibir, absortos como estaban en la pantalla gigante.
Bocinas, saludos, alegría.
Diego, Diego, Diego. Símbolo como nunca del resurgimiento, de que no está vencido quien pelea. Un legítimo Ndm, sin duda alguna.
Llegué tarde, claro. Ya íbamos uno a cero. Ahora sé que tengo que salir a pasear un rato por Morón antes de cada partido, e infaltablemente, perderme los primeros cinco minutos. Que le vamos a hacer.
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